martes, 5 de mayo de 2020

Las alucinaciones de Rafael

Una de las formas en que Rafael lidiaba todos los días con el encierro, era recordar sus días de gloria. Aunque siempre fue un hombre solitario, había ocasiones en que la soledad lo consumía. Entonces reunía a algunos de sus compañeros más inmediatos y los invitaba a pasear en "la suburban". Cuando salía al patio, en las escasas horas que se les permitía asolearse, empezaba a caminar en torno de la cancha. Se hacía una formación como de escolta: dos adelante y tres atrás, y caminaba interminablemente. Todos mantenían la formación simulando viajar dentro de una camioneta. El chófer designado como una distinción especial por Rafael, siempre avisaba sobre los autos, los semáforos y el cruze de calle. Al chofer le correspondía decidir en qué calles imaginarias estaba circulando. A veces era la Ciudad de México, otras era algún poblado que nadie conocía, pero a Rafael le gustaba que lo llevaran por las calles de Guadalajara. Casi siempre ése era el requisito para asigna,r el grado de chofer a alguno de los compañeros de aquel pasillo. En algunas ocasiones, con la amabilidad que lo caracterizaba, terminaba por despedir al conductor cuando las calles por las que transitaba no coincidían con el mapa que Rafael tenia cincelado en su memoria.

"Párese en la siguiente esquina por favor, usted no sabe ni por donde nos trae, va a terminar por perdernos"

Todos soltaban la risa ante la vergüenza del conductor. Con la formación detenida en algún punto del patio, del tamaño de dos canchas de basquetbol, Rafael volteaba rápidamente a todos lados en busca de un suplente, "por que estaba deteniendo el trafico". Alzaba la mano para que todos los compañeros que estaban en ese momento en el patio voltearan a verlo. Buscaba entre las miradas acuciosas y se decidía, a veces casi al azar, por un nuevo conductor. El suplente que llegaba corriendo ante la evidente desesperación de Rafael, El nuevo chofer, hacía un ademan de saludo, simulaba que abría la puerta del auto y se montaba a la unidad. Había quienes simulaban el arranque del motor y hasta encendían el radio de la camioneta.

Rafael no era el único al que le gustaba pasear en "su camioneta" entre los linderos del patio y la razón. Eso sí, era de los más discretos al momento de "circular", siempre a velocidad moderada, "para no llamar la atención de los oficiales". Siempre hacía la recomendación a su chofer en turno para que tuviera precaución en cada cruce de la calle al que se aproximaban. A veces le gustaba ir bajando a cada uno de los que "viajaban con él, para ir subiendo a otros compañeros. Se divertía jugando a sentirse en libertad. A bordo de su camioneta casi no hablaba. Le gustaba más bien que algunos de sus compañeros le contaran alguna historia, sobre todo las relacionadas con el sitio por el que transitaban imaginariamente.

Había algunos compañeros que sólo por el gusto de "viajar" al lado de Don Rafael, comenzaban a explorar su imaginación fermentada por el encierro prolongado. Hacían unas narraciones dignas de cualquier escritor de novelas. Iban explicando al paso de la camioneta, como si fueran guías de turistas, lo que se podía apreciar a la izquierda y a la derecha. Por lo general eran explicaciones casi museográficas y arquitectónicas de iglesias y monumentos históricos. Rafael se extasiaba proyectando en su imaginación las imágenes que iban describiendo poco a poco sus acompañantes. La alegría en su rostro no dejaba duda de que se había fugado momentáneamente para olvidarse de las altas paredes que en aquellos 24 años de encierro lo habían consumido físicamente.

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