Desde mediados del año 2007 y hasta finales del año 2012, dos cárteles rivales se enfrascaron en un combate a muerte sin que interviniera alguna autoridad. Los sicarios apostados en las afueras de algunos municipios bloquearon el paso de víveres y gasolina, los combatientes que quedaron presos en los caseríos violaban, levantaban e imponían su ley en toda la región.
Los líderes de las facciones aliadas de Caborca, Pitiquito y Santa Anna, conocidos como Los Jabalís, decidieron cercar al pueblo de Tubutama hasta asfixiarlo.
Desde la ruptura entre "El Chapo Guzmán" y los hermanos Beltrán Leyva en 2007, el estado de Sonora se había convertido en un sangriento campo de batalla. El Cártel de Sinaloa acrecentaba su poder y dominio en la región, sin embargo, todavía en algunos municipios, diversos grupos rivales resistían el embate gracias al dinero obtenido del tráfico de droga y de las cuotas a migrantes que cruzaban por la región.
Para mediados del año 2010 Tubutama era la última localidad dominada por los Beltrán Leyva. La masacre del primero de julio de ese año, en la que perdieron la vida decenas de hombres, durante una emboscada mientras trataban de entrar y conquistar la plaza, había vuelto a Los Jabalís particularmente cautelosos a la hora de atacar.
Según información, la aprehensión de Alfredo Beltrán Leyva alias "El Mochomo", había sido un tributo de "El Chapo" al gobierno federal. Ese hecho prendió fuego a todo el noroeste mexicano: la federación de Sinaloa se fortaleció alrededor de Joaquín Guzmán, Ismael Zambada y Juan José Esparragoza, mientras que los Beltrán Leyva buscaron ayuda de los Zetas.
“Aquí no hay mucho que hacer. Tenemos una cancha de básquet, habitaciones para hombres y mujeres, patrullamos por las veredas a diario, aunque solo de noche por las brechas por cuestiones de seguridad. Pero hace tiempo que no tenemos un enfrentamiento, desde la captura del "Gordosexy” lugarteniente de los Beltrán Leyva. La cosa se ha calmado, pero todavía nos falta agarrar a "El Gilo Cid”, mencionaba Alberto Federico Meza, segundo comandante de la región.
Arnoldo alias “El Gilo” del Cid era el hombre por el que todo había comenzado y con el que casi todo acabaría en Tubutama, fue el responsable del secuestro de todo el pueblo sin que intervinieran en ningún momento las autoridades.
Lo poco que se sabía de "El Gilo", es que era originario de Cerro Prieto, un rancho ubicado a unos kilómetros de Tubutama, sus padres tenían un negocio de abarrotes que había sido clausurado y baleado al igual que la casa familiar durante el conflicto. Arnoldo alias "El Gilo" se había hecho del control de la plaza a sangre y fuego para los hermanos Beltrán Leyva.
Los cobros sobre el paso de migrantes y de droga hacia Arizona le habían garantizado una estabilidad económica y el poder suficiente para mantener a raya el conflicto local, incluso después de que mermaran sus protectores, tras el asesinato en Cuernavaca de Arturo Beltrán Leyva, alias “El Barbas”, a manos de la marina en 2008.
También, su capacidad para salir vivo de ocho atentados en su contra, lo había vuelto una leyenda entre sus hombres.
"El Gilo Cid" cobraba cerca de cuatro mil pesos a cada pollero que quisiera atravesar su cachito de desierto, así que algunos se alegraron cuando lo asesinaron, sin saber que el precio casi se duplicaría cinco años después con los nuevos amos del Saric.
"El Gilo" junto con Los Zetas, mantenían un férreo control de la zona, se habían plantado con tanta fuerza ante el Cártel de Sinaloa, que el primero de julio del año 2010 Los Jabalíes decidieron que debían terminar de una vez por todas con la hegemonía de Arnoldo "El Gilo Cid".
Alrededor de las once de la noche, un convoy de 50 camionetas marcadas con tres equis, repletas de sicarios armados hasta los dientes, atravesó los municipios de Oquitoa, Altar y Atil a toda velocidad.
Al mando del grupo iba Jesús Gregorio Villanueva Rodríguez alias "El R5" líder del grupo de sicarios llamado "La Gente Nueva", las indicaciones que tenía eran claras: debían terminar de una vez por todas con el dominio que ejercían en la zona, los hermanos Beltrán Leyva y Los Zetas.
"El Gilo" fue informado del ataque con anticipación, inmediatamente ordenó tender una trampa en un desfiladero que está situado a seis kilómetros de Tubutama. Situados sobre esas dos grandes paredes de roca, se alistaron decenas de francotiradores, las primeras camionetas del Cártel de Sinaloa fueron acribilladas antes de poder dar marcha atrás.
Cuando pudieron, los que quedaron vivos tras la primera ráfaga contraatacaron, lanzaron granadas, dispararon balas de grueso calibre y ametrallaron desde una M-50 montada en el techo de uno de los vehículos del convoy, para poder retirarse del atolladero, pero ya era muy tarde. La refriega duró más de cinco horas, y murieron más de 50 hombres.
Al día siguiente, alrededor de las siete de la mañana, un enorme operativo conjunto de fuerzas municipales, regionales y federales, coordinado desde el Centro de mando 4 de Nogales, aseguró la zona y peinó los alrededores en busca de posibles fugitivos hasta entregar un reporte oficial final de 21 muertos, nueve heridos graves, varios detenidos y 18 camionetas de modelo reciente halladas en el lugar, todas completamente rafagueadas.
Aunque la variación de la cifra fue enorme entre los datos oficiales y los oficiosos, hay que tomar en cuenta que en un enfrentamiento como este los sicarios suelen llevarse a sus muertos para enterrarlos después. Las narcofosas descubiertas en Sonora y Durango con centenares de cuerpos mostraron hasta qué punto son endebles las estadísticas de defunción oficiales.
Tubutama parecía un pueblo como cualquier otro de la región; un caserío polvoriento atravesado por dos largas calles que en su intersección forman la plaza principal, bordeada por un viejo ayuntamiento rodeado de campos y desierto.
En realidad, el infierno no fue el mismo para todos los habitantes. Al igual que suele suceder con la mayoría de las tragedias, afectó principalmente a la parte más pobre de la población. Como pudieron, los padres de las familias más adineradas sacaron a sus hijos más jóvenes del pueblo a casa de familiares o de amigos cercanos, escondidos en sus coches. Las tiendas cerraron, y los que se quedaron tuvieron que restringir aún más sus necesidades. Los pobladores que no alcanzaron a huir al otro lado de la frontera o a alguna ciudad cercana, los más pobres o los más testarudos, se encerraron en sus casas, atrabancaron puertas y ventanas y tuvieron que aprender a vivir en un estado de sitio y terror permanente.
El caso de Tubutama fue un reflejo real de lo que sucedió periódicamente durante el gobierno de Felipe Calderón en todo el país.
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