Sandra trabajó como informante para Los Zetas, cuando la arrestaron dijo que pertenecía al Cártel del Golfo. Los Zetas tienen pésima fama y sabia que los militares torturaban y golpeaban con mayor energía cuando se confesaba pertenecer a esa organización.
Entró al narcotráfico por dinero, principalmente para mantener a su hijo.
Sandra comenta que en Tamaulipas era o es difícil conseguir empleo. Las maquiladoras se fueron por la violencia, escuelas y universidades cerraron por amenazas y extorsión, los que se dedicaban al comercio dejaron sus negocios porque no les alcanzaba para pagar el derecho de piso.
Sandra trabajó como sexo servidora. Antes había intentado ser edecán. Metió solicitud a una agencia de modelos, pero nunca la llamaron. Empezó a desesperarse. Anteriormente había vendido zapatos, ropa y cuidó niños a domicilio. En aquellos días estaba saliendo con un muchacho, quien le presentó a una chica que terminó siendo su amiga y su perdición.
Un día esa nueva amiga le pregunto si quería ganar algo de dinero:
"Consíguete más muchachas, el trabajo es en una fiesta, te pagaré dos mil pesos, más propinas", le comento su amiga.
No logro conseguir a nadie, pero le dijo que ella estaba lista.
"Ven para San Fernando y dime cómo irás vestida, pasarán por ti a la central de autobuses". indicó su amiga.
La recogieron unos sicarios, la trasladaron por brechas hasta un rancho como a treinta minutos del pueblo. Estuvo tres días sin hacer nada. La fiesta se había suspendido porque había militares patrullando, los que habían solicitado acompañantes; estaban escondidos en el monte. Finalmente le dieron tres mil pesos y se regreso a su casa.
Pasaron dos meses y no conseguía trabajo. Desesperada, llamó nuevamente a la misma amiga. Ella le dijo que fuera a verla a un café en Tampico. Le dio quinientos pesos y un celular.
Al otro día le marcó un tipo. le dijo que quería conocerla. Le dijo que fuera otra vez a San Fernando. La recogieron en la central de autobuses y la trasladaron a una casa de seguridad donde permaneció cinco días. Lo único que hacía era ver la televisión, comer y platicar con los cuidadores de la casa que siempre estaban armados. Un día acompaño a los sicarios a colgar mantas donde avisaban de un toque de queda en San Fernando. Nadie podía entrar ni salir, el que lo hiciera ya no regresaba.
El tipo al que había ido a conocer le hablaba por teléfono todos los días y le juraba que en cualquier rato iría por ella; hasta flores le mandó, pero no llegaba porque estaba cuidando otra casa y no lo dejaban salir.
Nunca pudo platicar en persona con el tipo que había ido a conocer, pero eso fue lo de menos, el jefe le ofreció tres mil pesos de sueldo semanal. Su tarea era: regresar a Tampico y servir como guía de los choferes de las estacas. La eligieron de guía porque conocía perfectamente la ciudad, muchos de las estacas eran de Saltillo o Monterrey, y no conocían Tamaulipas. Otra de sus actividades era preparar la comida, tener listos los radios, celulares, y estar a la disposición del jefe de las estacas, ser como su novia o acompañante.
Sandra llevaba cuatro meses trabajando con Los Zetas. Ya le estaban pagando cuatro mil pesos semanales más comida, transporte y saldo para su celular. Aún así estaba enfadada con lo que realizaba, se sentía mal y tenia miedo. Ya le habían puesto una pistola en la cabeza. En otra ocasión uno de los jefes la cacheteó por desobedecer una orden. También le tocó ver cómo torturaban y mataban a palazos a uno de los contrarios.
Una noche llegó su amiga con los oídos reventados. Había estado en una balacera y las explosiones de las granadas le habían tronado los oídos. Los pies los traía hinchados y con llagas, tuvo que correr por el monte y caminar muchas horas para escapar del ejercito. Lo peor que vio, fue en una visita a un rancho a las afueras de Ciudad Victoria, estaba en una Suburban, y un olor a carne asada le llegó. Uno de los sicarios le gritó que se bajara. Fue a donde estaban todos, y a punto estuvo de perder el conocimiento. Tenían a dos personas en pedazos y trozo por trozo los estaban aventando a tambos con diesel.
La tarde de su detención había salido a caminar al malecón de Tampico. Pensó en largarse lejos, donde nadie la encontrara, pero sabía que quien iba a pagar, sería su familia.
Regresó a la casa de seguridad. El jefe de las estacas le pidió que fuera a comprar comida porque llegarían tres sicarios más, aparte de los cinco que ya estaban en la casa. Fue al mercado, compro comida y regreso a cocinarles. La casa en la que estaban era grande. Recién terminaban de comer cuando escucharon ruidos de autos. Era la Policía Federal. Todos empezaron a escapar brincando la barda. El jefe, dos sicarios más y Sandra, no alcanzamos a escapar.
Sandra trató de esconderse en el baño, vendarse las manos y los ojos, pero no pudo. Quería hacerse pasar como secuestrada colocándose vendas y poniéndose esposas. Todo le salió mal. Ahora está encarcelada sin esperanzas de salir.
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