“Yo odiaba a las señoras, porque mi mamá me maltrataba, me pegaba, siempre me maldecía y me regaló con un señor grande”.
Estas fueron las palabras de Juana Barraza Samperio, hechas el día de su detención (enero 2006), al momento de ser fugazmente interrogada por miembros de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, estas palabras fueron claves para confirmar móvil de los asesinatos cometidos a mujeres de la tercera edad.
Pero, ¿qué otros motivos empujaron a la Mataviejitas a cometer tan atroces y despiadados asesinatos?
La vida de Juana Dayanara Barraza Samperio comienza en Pachuca de Soto, el día 27 de diciembre de 1958. Sus padres biológicos fueron Trinidad Barraza (ganadero, cobrador de camiones y policía judicial) y Justa Samperio (prostituta). Tuvo una hermana, Ángela; y medios hermanos, de parte de Trinidad, siendo más de treinta (según cuenta su padre).
Sus progenitores nunca se casaron, vivieron en unión libre por cuatro o cinco años hasta que un día, Justa abandonó a Trinidad, llevándose consigo a Juana y dejando encargada con un familiar a Ángela. Justa se fue a vivir con su madre, misma que tenía un amante llamado Refugio Samperio. Con el tiempo, este se volvió amante de su hijastra.
Juana profesaba un gran afecto de su padrastro a quien le dio un poco de educación, tal vez no ser una madre cariñosa, pero si responsable. Justa y Juana no se hablaban mucho estando juntas, Juana sentía el rechazo de su madre, la cual se refugiaba en el alcohol para evadir su realidad.
Un día, su madre sumida en su adicción y no teniendo dinero, cambió a Juana por tres cervezas, permitiéndole a un hombre mayor, abusar sexualmente de Juana y violarla. José Lugo fue el hombre que atormentó a Juana a lo largo de cuatro años. En ese lapsus, teniendo trece años de edad, Juana Barraza queda preñada por primera vez, abortando al poco tiempo. A los dieciséis años, Juana queda nuevamente embarazada, teniendo a un niño. Años más tarde, su madre Justa murió a causa de cirrosis causada por su alcoholismo. El padrastro de Juana le aconsejó ir al velorio, negándose rotundamente al tener tan lacerados el corazón y el alma por los golpes físicos y mentales propiciados por su madre. Al cumplir treinta años Juana, falleció la única persona que la quiso, cuidó y atendió como a su manera: Refugio, su padrastro.
Juana tomó la decisión de separarse del dueño que durante mucho tiempo la tuvo retenida contra su voluntad, decidiendo así, emigrar a la Ciudad de México. Ahí, durante los años, tuvo dos parejas más: un alcohólico que la golpeaba y un chofer de trasporte público que la abandonó. “A los veintitrés años se casó con Miguel Ángel Barrios García, con quien procreó una hija: Erika Erandi Barrios Barraza; se separó a los veintisiete años.
De los treinta a los cuarenta y uno vivió con Félix Juárez Ramírez, con quien supuestamente tuvo a José Marvin y Emma Ivonne Juárez Barraza. Se separó de él, y de los cuarenta y dos a los cuarenta y ocho años, cuando fue detenida, vivió solamente con sus hijos. El hijo mayor de Juana, José Enrique Lugo Barraza, murió a causa de la agresión de una pandilla que lo asaltó: lo mataron a batazos en plena calle. Tenía veinticuatro años.
Juana no sabía leer ni escribir. Por lo que se dedicó a la venta de ropa, gelatinas, comida, mismas que no le dejaron muchos frutos económicos. Después fue vendedora de palomitas en las peleas de la lucha libre.
Un hombre vio en Juana un gran prospecto para convertirse en luchadora, invitándola a unirse al mundo de las mascarás. Ella se hacía llamar la “Dama del Silencio”, argumentando que es muy callada.
Juana siempre había sido una persona ruda y así fue como lo manifestó públicamente en una nota de “Tv Azteca”: “yo soy ruda de corazón“. Así fue un tiempo ganándose la vida, en medio de la lucha libre, obteniendo por cada subida al ring de doscientos a quinientos pesos por lucha. En una de aquellas peleas, sufrió una caída, constándole alejarse del ring, que de no hacerlo, hubiera quedado paralítica durante toda su vida. Esta noticia le causó un gran golpe de vida debido a que era una manera de desfogar cierta carga adrenalina e ira; ella luchaba no sólo contra un rival, sino contra una parte traumática de su pasado.
Juana fue una persona introvertida aunque nunca le gusto que la vieran menos. Ella mostraba una doble moral. Por un lado, era una madre atenta y responsable, buscándole en todo momento cómo llevar el bocado a sus hijos; por el otro, al tener cierta impotencia de no conseguir un ingreso fijo, fue un hecho motivante para empezar a robar a transeúntes.
Hasta que un día, no sé sabe cuándo, decide comenzar a los asesinatos a mujeres indefensas, de avanzada edad y solas con el fin de obtener dinero. Para ello, utilizó sus mejores armas: la fuerza física y su doble moral.
Juana buscaba de algún modo ganarse un lugar ante la sociedad, ya no como la “Dama del Silencio”, sino empezando su reinado como “la Mataviejitas”.
No se sabe a ciencia cierta cuándo comenzó a matar Juana Barraza Samperio. Las estadísticas periodísticas anotan el inicio de la ola de asesinatos de mujeres de la tercera edad desde 1998. Otros tomaron otro patrón el 2003 como el inicio de la serie de asesinatos.
Después de la detención de Juana Barraza, Feggy Ostrosky-Solís, directora del Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiológica de la Facultad de Psicología de la UNAM, le practicó durante siete días una serie de estudios psicológicos.
Ella y su equipo, le pusieron varias imágenes para registrar la variación sensorial de Juana, mostrando en ello, pequeñas variaciones entre imágenes desagradables, agradables y neutras. Feggy entrevistó, analizó y escuchó a Juana, diagnosticándole un comportamiento psicópata, característico en los asesinos seriales.
Feggy explicó: Juana suele mentir, pues aunque la medición de sus ondas cerebrales reflejaban poca sensibilidad ante la serie de imágenes que le mostraron, ella mencionaba lo contrario. “Le enseñamos la imagen de un bote de basura que a la mayoría de las personas no les representa ningún sentimiento; sin embargo, ella nos decía que sentía algo agradable y al observar a una mujer a la que iban a asesinar, sus ondas cerebrales casi eran muy similares a las anteriores”, revela la especialista. Incluso, durante las sesiones mostró una leve sonrisa, la misma que tuvo después de su captura, cuando mostró a policías judiciales la manera en que asesinaba a sus víctimas.
Feggy declaró en un documental acerca de la Mataviejitas que, Juana pudo haber utilizado ligas para estrangular debido al abuso cometido cuando era niña. Los lazos/ligas utilizados en los homicidios pudieran reflejar los objetos con los que el hombre que abuso de ella, utilizaba para amagarla, o por los utilizados por su madre para maltratarla físicamente.
Juana Barraza derramó mucha sangre, tal vez porque su vida ha sido muy trágica y cruel. Hay muchas teorías del por qué mataba, pero nunca se sabrá la verdadera, esa sólo se quedará en la mente de Juana.
Un cineasta diría: “Juana se convirtió en el chivo expiatorio de la sociedad y sus culpas”, tal vez, en una parte tenga razón, porque vivimos en una sociedad donde el machismo, los vicios, el abuso, los problemas familiares y ciertos tabúes todavía persisten. Juana Barraza Samperio, la tristemente célebre y despiadada Mataviejitas, vivió casi medio siglo de su vida sumida en la desgracia, sangre, odio, desintegración familiar, pero nada de ello justifica los atroces asesinatos cometidos por su propia mano, y tal vez como ella misma dijo:
“Dios sabe lo que hace y siendo así no hay duda que me mantendrá por el bien de todos, alejada de la sociedad para siempre”.
Se casó con otro preso de 74 años. Fue condenada por esa docena y media de crímenes, aunque se estima que pudieron ser unos 40.
En enero de 2006, Barraza cometió un error. Apuñaló y estranguló a Ana María de los Reyes Alfaro, de unos 80 años. Pero la víctima no estaba sola: tenía un inquilino. El hombre dio la voz de alarma y la policía la detuvo minutos después.
Nunca mostró señal alguna de arrepentimiento por sus crímenes. Explicó que había elegido matarlas por "necesidad económica" y afirmó que no había cometido todos los asesinatos de los que se le acusaba, sino solo en el que había sido sorprendida en el acto.
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