A cambio de irse de México y nunca volver, Benito Juárez, masón como Maximiliano, le perdonó la vida y le dio un salvoconducto para que partiera a El Salvador donde el emperador viviría, bajo el nombre de Justo Armas.
Esta información la asegura el investigador Rolando Deneke, quien durante más de una década se dedicó a reunir numerosas pruebas para confirmar este mito.
Juárez publicó un edicto poco después de que Maximiliano fuera fusilado en el Cerro de Las Campanas en Querétaro en 1867. El escueto comunicado decía que "Maximiliano de Austria había sido hecho justo por las armas".
Tiempo después, apareció en El Salvador un hombre culto, elegante y de esmerada educación, se hacía llamar Justo Armas y pronto llegó a convertirse en un personaje muy apreciado dentro de la alta sociedad salvadoreña. Este hombre, que guardaba un parecido asombroso con el emperador de México, siempre se mostró reacio a contestar cualquier pregunta que se le hiciera sobre su pasado y solía presentarse a sí mismo como el único superviviente de un gran naufragio.
Para el investigador, no existe ninguna duda de que Justo Armas y Maximiliano eran una misma persona.
La primera noticia de esta doble identidad la tuvo cuando era pequeño, su abuela Consuelo le contaba a menudo "cosas de Don Justo, a quien había conocido su bisabuela Abelina. Ella insistía en que Justo Armas había sido el emperador de México".
Existe documentación que muestra que Justo Armas se establecido en San Salvador en 1870. Cuando llegó a ese país fue acogido por Gregorio Arbizú, vicepresidente y canciller en el Gobierno del presidente Francisco Dueñas. Desde entonces y hasta su muerte, Justo Armas fue asesor de todos los presidentes de El Salvador, se encargó del protocolo de la cancillería y también de dirigir los servicios de los banquetes diplomáticos. Llamaba mucho la atención porque, a pesar de ser un hombre muy bien vestido y de exquisito trato, no usaba calzado; elegantemente arreglado recorría las calles de San Salvador y dirigía el servicio de banquetes completamente descalzo.
Nunca le reveló a nadie el motivo de esta excentricidad, aunque se sabe con certeza que se vio amenazado por un grave peligro y sin mayor esperanza de ser salvado, le prometió a la Virgen ir descalzo el resto de su vida si conseguía salvarse.
Justo Armas hablaba de un naufragio y la esposa de Maximiliano, la emperatriz Carlota, ordenó hacer un grabado para comunicar el fin de su esposo a las casas reales europeas en el que se le veía hundiéndose en un barco y abrazado a una bandera blanca.
Pero, ¿por qué Benito Juárez decidió perdonarle la vida al archiduque?
Maximiliano y Juárez eran masones y siendo hermanos masones, Juárez no lo podía eliminar. La única salida que le quedaba era la de terminar con el emperador, pero salvar al hombre. El archiduque juró no revelar nunca más su identidad, se fingió su fusilamiento y le proporcionaron un salvoconducto para ir al Salvador donde falleció a la edad de 104 años.
Después del supuesto fusilamiento, muchas potencias europeas presionaron a México para que enviara de regreso el cuerpo de Maximiliano, México respondía que por motivos de fuerza mayor les era imposible acceder a tal petición. Existen copias de fotografías de tres posibles cuerpos del emperador que no se parecen entre sí y que tampoco se parecen a Maximiliano. Cuando el supuesto cuerpo del emperador llegó a Austria, siete meses después de su final, su madre, la archiduquesa Sofía, exclamó inmediatamente que ése no era su hijo.
En mayo de 1864 un mes antes de ser fusilado en Querétaro, el austriaco, aduciendo razones de salud, dejó de comparecer en el juicio que se llevaba contra él, ni siquiera acudió a la lectura de la sentencia. Fueron muy pocas las personas que pudieron verle en los últimos días, como si se le quisiera tener expresamente apartado del mundo.
El día señalado sólo una veintena de personas acudieron al lugar del fusilamiento y fueron mantenidos a gran distancia por un cordón de soldados.
Existía un extraordinario parecido entre las facciones de Maximiliano, Justo Armas y Francisco José de Austria. Un estudio antropológico de comparación craneo-facial hecho por una antropóloga costarricense dio resultados positivos. Contando con la autorización de la familia adoptiva de Don Justo (los Arbizú) y con todos los permisos legales, se tomo una muestra de los restos óseos de Armas con el propósito de llevar a cabo un estudio más contundente para la identificación, la prueba de ADN.
Cuando encontraron los restos del último zar de Rusia, el Príncipe Felipe de Edimburgo sirvió como donante para el examen de ADN, pues su abuela materna era hermana de la zarina Alejandra.
En un viaje a Austria el investigador consiguió una muestra de sangre de un pariente de Maximiliano por la línea materna directa, para poder llevar a cabo la prueba que finalmente dio positiva. Positivo fue también el estudio grafológico que se realizó en Florida comparando la letra de Armas con la de Maximiliano.
Justo Armas conservaba en su casa vajillas, cristalería, cubertería, una cajita de oro de rapé que habían pertenecido a Maximiliano y que alguien se las había enviado desde México. Las piezas de cubertería de Maximiliano, cucharas y tenedores eran idénticas a las de Don Justo Armas.
En plena primera Guerra Mundial, Justo Armas recibió la visita de dos emisarios austriacos a los que no quiso recibir en su casa. Por mediación de un alemán, que era propietario del hotel El Nuevo Mundo, Don Justo acudió a la cita después de dos negativas.
Una mujer conocida como Doña Fe, contó cómo fue ese encuentro. La señora estaba muy interesada en el comportamiento de Don Justo, ya que recibía de él clases de etiqueta y no comprendía por qué se mostraba tan reacio a recibir a estos señores y por qué cuando asistió a la cita, ésta tuvo lugar en la habitación de los austriacos y no en uno de los salones.
Al encontrarse casualmente por allí pudo oir la conversación en la que se le pedía a Don Justo que volviera a Austria porque Francisco José estaba muy enfermo y debía subir al trono. Según contaba Doña Fe, Armas se negó rotundamente y dijo que en su día se le había obligado a renunciar al trono a él y a sus herederos, pues su hermano le hizo firmar esta renuncia antes de ir a México, aunque cuando le condenaron a muerte la revocó. Dijo que era un hombre anciano, que quería que le dejaran en paz y abandonó la habitación dando un portazo.
Resulta significativo que no se rompieran los sellos del archivo personal de Maximiliano, que él mismo mandó desde México antes de su caída.
Justo Armas falleció en 1936. Parece increíble pensar que el emperador Maximiliano de México viviera en El Salvador por más de 60 años, descalzo y sin poder revelar su verdadera identidad.
Continuará..
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