Melchor Ocampo, fue una de las figuras claves de la transformación más profunda que vivió México en la segunda mitad del siglo XIX.
Ocampo no era un tipo atrayente, tenia un aspecto de hombre meditabundo, solitario y serio. Pasaba el tiempo con su mano derecha metida en la solapa de la levita y mostraba un aire de indiferencia a todo lo que se cruzaba a su paso, esa personalidad lo hacía pasar desapercibido.
Ocampo no llamaba la atención físicamente, pero, cuando despegaba los labios y exponía sus ideas, teorías políticas en el periódico o sus discursos patrióticos, dejaba con la boca abierta.
José Telésforo Juan Nepomuceno Melchor de la Santísima Trinidad Ocampo Tapia nació el 6 de enero de 1814, su madre Francisca Xaviera Tapia y Balbuena, era una hacendada viuda. Se dice que su padre probablemente fue el cura de Maravatío o el cura José María Alas, este ultimo lo enseñaría a leer.
El misterio real, es de dónde salió el apellido Ocampo.
Doña Francisca Xaviera, ama y señora de la hacienda de Pateo, en una ocasión regresó de la Ciudad de México con un pequeño llamado Melchor Ocampo quien supuestamente había nacido allí, muchos años despues, cuando Ocampo toma el cargo de diputado, se declara nacido en Michoacán. Estudió en el Seminario de Morelia, entre tus compañeros de colegio se encuentraba el futuro cardenal Pelagio Antonio de Labastida. Con el tiempo, Melchor Ocampo descubre que no quiere ser abogado. Se interesesa en la herbolaria, le enloquece la quimica y la botanica, aprende náhuatl, francés y latín.
En 1830, a los 17 años, Ocampo hereda la hacienda de Pateo, una tierra rica que producia ganancias de 11 mil pesos anuales y valia cerca de 200 mil pesos. Acude a la universidad de México. En el año 1836 entabla una relación amorosa con Ana María Escobar, su nana, con la que procrearía en Morelia una hija de nombre Josefa.
A los 22 años, Melchor Ocampo clasifica 12, 500 volúmenes de la Biblioteca Palafoxiana de Puebla, los cuales abarcan 25 materias en 19 idiomas. En 1838 se dirige a Veracruz para alistarse como voluntario durante la Guerra de los Pasteles, sin embargo, lo alcanzan los tratados de paz, y no ve la guerra. En 1840 viajó a Europa tras una crisis producto de la irresponsabilidad amorosa.
Viaja sin ropa y con poco dinero, en una carta le explica a su tutor, que se siente como un parásito viviendo de la hacienda heredada. Ocampo no tenía el hábito del trabajo físico. Para 1840, labora en una imprenta en París. Recorre teatros y jardines botánicos; consigue trabajo de empleado en la embajada mexicana. Seguía manteniendo correspondencia con la madre de su hija. Le fascinaba el sistema de transporte europeo. Los viajes lo dejan sin dinero, pasa días sin comer, se convierte casi en un vagabundo.
Realiza trayectos por el sur de Francia, Suiza e Italia. Observa las zonas vinícolas para ver si se puede producir la uva necesaria en México. Durante estos años, Melchor Ocampo vive mal comiendo. Conoce el Vaticano y le sorprende que esté repleto de mendigos.
Trabaja como traductor, pero, su economia no mejora. Se descubre como gourmet y escribe muchos artículos sobre cocina y conservación de alimentos. En alarde nacionalista desprecia las jaleas francesas por los dulces mexicanos de pepitas, almendras, coco y camote. Como buen liberal, rinde culto a la modernidad. Visita asilos de ancianos, se interesa en el uso de la electricidad en el tratamiento de la parálisis, la construcción de puentes y su resistencia a los golpes de agua. Está repleto de Europa, pero el viaje lo mexicaniza.
En su cuaderno del viaje tiene un autógrafo de Garibaldi. En el viaje de regreso trabaja en una ampliación del diccionario de la Real Academia que incluya el español hablado en México. Cargado de libros y objetos, regresa a Michoacán, escribe sobre los cometas, sobre las crecidas del río Lerma.
Se convierte en un hacendado patriarcal, regala trigo a sus medieros, con el tiempo vende Pateo y se queda con una sola fracción de la gran hacienda que llama Pomoca (que es un anagrama de Ocampo).
Melchor Ocampo se vuelve anticlerical, es tolerante con otras religiones, pero confronta a la estructura de poder de la Iglesia católica. Tendrá otras dos hijas: Petra y Julia, que no aparecerán con el nombre de su madre, pero muy probablemente son hijas de la propia Ana María.
Para ese tiempo, Santa Anna entra a su tercera presidencia en octubre de 1841. Entonces convencen a Ocampo para que te presente como diputado federal, es electo por la junta electoral de Maravatío.
“El ejército es una amenaza para las libertades”, diría en 1842, quejándose de la institución.
En uno de sus primeros discursos se define como federalista. El ejército disuelve al Congreso por órdenes de Santa Anna. Melchor Ocampo vuelve a Pateo. En 1845 será diputado por segunda vez. En 1846 es gobernador de Michoacán durante la invasión estadounidense. Logra la abolición de los castigos físicos en las escuelas y una ley de amnistía. Al negarte a aceptar los tratados de paz, renuncia a su cargo. En 1847 nace Lucila, su última hija.
Comúnmente se sumerge en su formidable biblioteca; lee a Balzac, Proudhon, Hugo y Dumas. Para ese tiempo ya ha acumulado suficiente fama entre el progresismo liberal para ser candidato presidencial en 1851; finalmente pierde la elección con solo dos votos. Lo proponen nuevamente como gobernador de Michoacán, pero exige que sea a través del voto directo. El 8 de marzo de 1851 se inicia la que será una de sus más famosas polémicas públicas, esta vez con el cura de Maravatío sobre el tema de los pagos por servicios religiosos.
Al iniciar la última presidencia de Santa Anna, que pronto se convertiría en dictadura, Ocampo llama al dictador “héroe de sainete”, es confinado a Tulancingo, luego en 1853, es encerrado en San Juan de Ulúa y deportado a Estados Unidos. Se establece en Nueva Orleans, posteriormente se muda a Brownsville, donde conspira. La falta de dinero lo obliga a trabajar como alfarero.
En Estados Unidos, Melchor Ocampo trabaja de ollero y Benito Juárez en una imprenta.
Hay una extraña magia en una foto tomada con su hija en el destierro norteamericano: apoya la cabeza levemente en la de ella y pasa el brazo por encima de sus hombros; Josefina, su hija mayor, tenía cierto aspecto angelical.
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