jueves, 9 de febrero de 2017

Crónicas desde Puente Grande: Valeriano, jefe de escolta de Heriberto Lazcano Lazcano, Jefe Zeta

Fue a principio de agosto de 2008 cuando llegó al pasillo un nuevo interno: Valeriano Sotelo Reyna. Venía proveniente de Tamaulipas y fue asignado al pasillo uno porque se trataba de un interno especial, se enfrentó a balazos con todo un batallón del ejército, dejando a cinco soldados muertos y cerca de una docena de lesionados.

La reyerta tuvo lugar en el municipio de Río Bravo, a comienzos de aquel año, según lo narró durante una de esas platicas con las que matábamos el tiempo. En la misma refriega estuvo a punto de caer Heriberto Lazcano Lazcano “El Lazca”, pero pudo salvarse porque le cubrieron bien la salida, pues Valeriano era coordinador en jefe de la escolta del jefe de Los Zetas.

Durante la hora de comer, se escuchó una voz que desconcertó a todos los que intentábamos probar una mezcla espesa y babosa color café, hecha a base de nopales y carne de cerdo.
-Hey, compita -gritó Valeriano sin dirigirse a nadie lara hablarle a todos- ¿Qué es lo que nos dieron de comer? -preguntó.
-¡Es filete de pescado, ca..!, ¿Qué no vez? -le contestó José Luis, un ex policía ministerial que vivía en la celda siete-. ¿A poco no está a toda ma..?
-Órale gracias - contestó a secas Valeriano.
La respuesta inquieto más que la misma pregunta inicial.

-Oiga, compa, ¿A poco no sabe lo que estamos comiendo?
-Le preguntó J. Jesus Lemus.
-No-reviró parco Valeriano.
-¿Esta usted ciego? -Alguien desde la entrad le inquirió. 
-Si- respondió de nuevo Valeriano, esta vez con la boca llena.
-Pero ni modo que no tenga lengua como para no conocer el sabor de lo que estamos comiendo.
-Pos la verdad amigo- aseveró Valeriano- tampoco tengo sentido del gusto, ni tengo sensibilidad en las manos, ni olfato.
Valeriano confesó que que su único sentido intacto era el oído. Escuchar y hablar bien eran las únicas funciones que mantenía.

-¿Por qué y en donde perdiste los sentidos del gusto, la vista, el tacto y el olfato?- preguntó J. Jesu Lemus.
-Fue después de los balazos.
-Cuando nos topamos con los federales en Río Bravo, nos dimos con todo. La instrucción de Lazcano era no dejar en pie ninguno de los federales que nos cerraron el paso. Allí se tomó la decisión en plena refriega, el que cayera tenía asegurada la manutención y el sustento de su familia, era la palabra del jefe. Le tome la palabra y me tire a matar.
-Me allegue a Los Zetas luego de casi 20 años de haberme retirado del ejército. Me di de baja por que ya no me alcanzaba el sueldo y porque siempre estaba lejos de mi mujer y los hijos. Me puse a trabajar y lo único que encontré fue de albañil. Después conocí al Perro y me dijo que le ayudara a cuidar unos camiones que debían cruzar Veracruz a Tamaulipas, mi única función era vigilar a lo lejos, sin mayor riesgo, y le entre. Después de allí vinieron más comisiones y todas la cumplí cabalmente; tan así, que en menos de dos años ya estaba dentro de la estructura más cercana al comandante “Lazca”, cuando él vio cómo me la rife en un enfrentamiento con los Golfos, allá en Monterrey, me mandó llamar. Me dijo que quería que estuviera a su lado y que me sumará a su escolta.

-¿Y cómo te dejaste agarrar? 
-No me deje agarrar, me agarraron -dijo sarcásticamente-. Después que me termine el parque y había caído la gente que me ayudaba, y vi que aún estaban de pie muchos federales, principalmente de los que llegaron de apoyo, saqué la pistola y me apunté en la sien, pero con tan mala suerte que la bala no entró derecha y solo me volé la tapa de la cabeza con un pedazo de cerebro. 
-¿Entonces no tienes sensibilidad en las manos?
-No tengo sensibilidad en todo el cuerpo, no siento nada en ninguna parte, no tengo frío ni calor. No percibo ninguna sensación en el cuerpo, estoy como muerto en vida, ni siquiera sé cuando hago del baño.
Esa era la explicación del fétido olor que se sumaba a la mezcla de los valores nauseabundos del pasillo; emanaba del aposento de Valeriano, lo que en ocasiones provocaba que nos desesperáramos y le recordáramos que ya había defecado, que limpiara como pudiera y depositará sus desechos en el reducido orificio que en cada celda servía como sanitario.

Fuente: Libro “Los Malditos, crónica negra desde Puente Grande” de J. Jesus Lemus

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