Uno de los movimientos políticos, económicos y sociales más importantes ocurridos en América entre 1910 y 1920 es, sin lugar a dudas, la revolución mexicana.
El pueblo mexicano estaba harto de la dictadura porfiriana. Los obreros soñaban con una legislación que les ofreciera un mínimo de protección contra el abuso de los poderosos. Los campesinos querían tierras.
El pueblo mexicano estaba harto de la dictadura porfiriana. Los obreros soñaban con una legislación que les ofreciera un mínimo de protección contra el abuso de los poderosos. Los campesinos querían tierras.
Varias son las causas que desencadenaron el estallido de la Revolución Mexicana.
La Cuestión Agraria
Durante el gobierno de Porfirio Díaz, el 40 por ciento del territorio azteca era propiedad tan sólo de 840 hacendados. El latifundio era tan desmedido que, a veces, una sola persona era dueña de una extensión de terreno mayor que la superficie de varios países europeos. Así, el general Terrazas, poseía en el Norte de México un predio de 24 millones de hectáreas, o sea, equivalente al área de Holanda, Bélgica, Dinamarca, Hungría y Suiza juntas. Otro gran propietario era la iglesia católica mexicana, integrada en su mayoría, por un clero conservador y adicto al orden represivo imperante, lo que explica, en parte, porqué la revolución fue anticlerical. Las consecuencias de este enorme latifundismo, sin precedentes en la historia mundial, fueron graves para los mexicanos. Provocó la decadencia de la agricultura, porque el gran propietario se encontraba desvinculado de la tierra. Lo dejaban en manos de brutales e ineptos administradores, que mandaban a latigazos al campesino y abusaban de las mujeres e hijas de los peones.
Régimen Económico injusto
Bajo el lema de “baja política y mucha administración”, la dictadura porfirista pensaba que lo único que importaba era el progreso material, en base al capital extranjero, ignorando la existencia de la masa trabajadora. Con tal propósito abrió las puertas a las empresas norteamericanas e inglesas, que se apropiaron prácticamente de la riqueza nacional. Los capitales extranjeros llegaron a ser dueños o administradores de los ferrocarriles; controlaban las ricas minas de plata de San Luis de Potosí, los productos del suelo y del mar y la riqueza forestal y frutícula. Los franceses manejaban la lencería y botinería; los españoles, el comercio; y los alemanes, los cultivos especializados.
Ausencia de Legislación Laboral
No existía una legislación que protegiera a los obreros y campesinos. Las huelgas estaban prohibidas y se sancionaban severamente a quienes osaban pedir mejores salarios o la reducción de la jornada inhumana de trabajo que, en muchos casos, alcanzaba a las 12 horas. Los mas altos cargos estaban desempeñados por norteamericanos, debiendo los mexicanos contentarse con los empleos más modestos.
La Pobreza Campesina.
Los trabajadores ganaban miserables salarios de 25 centavos diarios, iguales que a fines de la colonia, no obstante que los precios de los artículos que consumían se habían elevado al triple. Al mismo tiempo sufrían la expoliación en las “tiendas de raya”, en las que el propietario de la hacienda vendía el jabón, el maíz, el aguardiente embrutecedor y toda otra mercadería que necesitase, a precios muchos mas altos que los del mercado. Como el jornal era exiguo, el campesino se iba endeudando y así se arraigaba a la tierra como los siervos de la Edad Media. De otro lado, los trabajadores vivían en casuchas de adobe o ramas de un solo cuarto, sin ventana y con piso de tierra.
La división social
La pirámide social mexicana estaba conformada por diversas clases sociales, entre las cuales había una marcada diferencia. En los rangos más altos estaban los grandes latifundistas, los caudillos políticos, los miembros del alto clero y los empresarios extranjeros y nacionales. Seguían los pequeños burgueses y en la base, se encontraban los campesinos y obreros, que vendían en condiciones infrahumanas.
La dictadura de Porfirio Díaz
Porfirio Díaz llego al poder por primera vez en 1876, alcanzando la bandera de la no reelección. En el transcurso de los años hizo caso omiso de esta promesa electoral y busco una y otra vez su reelección presidencial. Con astucia, sagacidad y menosprecio de las aspiraciones ciudadanas logro gobernar durante 7 periodos, un caso realmente insólito e intolerable. La base de estas sucesivas reelecciones no fue el derecho, sino la fuerza; no fue la prosperidad de los 15 millones de habitantes, sino de un pequeño grupo de privilegiados, en nombre del significativo y engañoso lema: “Paz, orden y progreso”. En mas de 30 años de tiranía y centralismo porfirista los poderes legislativo y judicial estuvieron subordinados al ejecutivo. La división de los poderes, la soberanía de los estados, la libertad de los ayuntamientos y los derechos de ciudadano solo existían escritos en la carta magna. Imperaba la ley marcial. La justicia, lejos de proteger al débil, servia para legalizar los despojos del mas fuerte. Los jueces, en vez de encarnar la justicia se convertían en agentes del Ejecutivo. Las cámaras legislativas no tenían otra voluntad que la del dictador. Los gobernantes de los estados, nombrados por él, designaban e imponían a las autoridades municipales.
Oposición al Dictador
La oposición a la prolongada dictadura estuvo representada por diversos sectores descontentos, los que anhelaban inquietudes de renovación social, como el incipiente movimiento anarquista “Regeneración” que atacaba al régimen; los círculos liberales que realizaron un congreso y evolucionaron al comunismo anárquico y llevaron a cabo varias tentativas insurreccionales que luego fracasaron; y el Partido Liberal Mexicano, cuyo programa clandestino, lanzado en 1906, incitaba al pueblo a revelarse contra la dictadura, abogaba por la libertad de sufragio y la no reelección continuada.
Porfirio Díaz había manifestado la inauguración de un gobierno democrático en 1910 y que el dejaría el poder. Sin embargo, contradiciendo esta promesa, sus partidarios le propusieron como candidato a la presidencia. Fue entonces cuando Francisco I. Madero decidió salir al frente, para contener las ambiciones del dictador. Madero era un terrateniente de Coahuila, de espíritu progresista. Anteriormente hizo mucho a favor de los trabajadores y del pueblo de San Pedro de las Colonias, estableciendo escuelas, colegios, comedores y hospitales gratuitos. Francisco Madero empezó a recorrer el país, alentando al pueblo a luchar contra la tiranía. Organizo el partido Antireelecionista y, en la convención de Eliseo, de la ciudad de México, se aprobó su candidatura a la presidencia de la republica, para competir con el general Díaz. Ya candidato, inicio una triunfal gira política; fue arrestado en Monterrey, acusado de “conato de rebelión y ultraje a las autoridades”. De este modo, en las elecciones del 26 de junio, 1910 se hizo elegir a Porfirio Díaz, por sétima vez. Poco después Madero obtenía su libertad y lanzo el plan de San Luís de Potosí donde declaraba nulas las elecciones, desconocía el gobierno del General Díaz, enarbolaba el principio de no reelección del Presidente de la Republica y llamaba al pueblo a una rebelión nacional, para arrojar del poder a las autoridades gobernantes. El pueblo, apoyando este llamado, se levanto en varios puntos del país, el 20 de noviembre de 1910. Lo respaldaba Francisco “Pancho” Villa (seudónimo de Doroteo Arango, el “Centauro del Norte”) en nombre de los aldeanos; Emilio Zapata, en representación de los campesinos y otros lideres populares. Díaz, mientras tanto, se disponía a defender su puesto. Sin embargo, convencido de que su poder se desmoronaba inevitablemente y contemplando que todo el pueblo estaba levantado en armas, se resigno a dimitir el mando, el 25 de mayo de 1911, firmando un pacto con Madero en la ciudad de Juárez. Luego salio furtivamente y se embarco en un tren a Veracruz y, posteriormente, viajo a Europa, muriendo en Paris, en 1915.
Triunfante, Madero pretendió cambiar el rumbo de la nación mexicana: restauro la constitución de 1857, estableció el sufragio popular, prohibió la reelección, etc. No bastaban estas reformas, meramente políticas. El pueblo tenia hambre y quería un cambio de régimen, de estructura. En estas circunstancias Emiliano Zapata, jefe guerrillero del Sur, propuso el plan Ayala, dando la idea de distribuir la tierra entre los campesinos y él mismo se apropio de algunas haciendas y los distribuyo entre los trabajadores. Su lema era: “La tierra es para quien la trabaja”. Un simpatizante suyo, Francisco “Pancho” Villa, organizo un ejercito popular de mineros, peones, vaqueros y bandidos y repartido dinero entre los campesinos, ganándose el respaldo de este vasto sector. Contra Madero se unieron: conservadores, latifundistas, el clero y su Ministro de Guerra, el traidor Victoriano Huerta, quien fue enviado a reprimir una rebelión conservadora y no vaciló en hacerlo asesinar, en 1913.
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