Un día de febrero el periodista Julio Scherer recibió un mensaje donde se le indicaba que Ismael Zambada García alias "El Mayo" deseaba platicar con él.
El mensaje indicaba el sitio, la hora y el día en que una persona lo conduciría al refugio del narcotraficante.
El periodista pensó que era una trampa, un atentado contra su persona quizás. Julio Scherer era una persona vulnerable, no tenia chofer, mucho menos protección, siempre viajaba solo.
Una mañana, el periodista junto con un mensajero del capo abordo un taxi, no tenia la menor idea del sitio al que lo conduciría. Tras un recorrido breve, subió a un segundo automóvil, luego a un tercero y finalmente a un cuarto. Caminó un rato hasta detenerse ante una fachada color claro. Una señora abrió la puerta y desapareció.
Hambrientos, el mensajero y el periodista salieron a la calle para comer, beber lo que fuera y estirar las piernas. Caminaron sin rumbo hasta una fonda. Hablaron con frases cortadas sin alusión alguna a Zambada, al narco, a la inseguridad, o al ejército.
Volvieron a la casa ya noche. A las ocho de la mañana del día siguiente desayunaron en un restaurante. El periodista evitaba cualquier expresión que pudiera interpretarse como un signo de impaciencia o inquietud.
Las horas transcurrieron. Julio Scherer llevaba un libro donde se sumergió.
“Ya nos avisarán, la llamada vendrá por el celular” le dijo el mensajero a Julio Scherer.
Finalmente salieron en la oscuridad de la noche. Viajaron en una camioneta, seguidos de otra. La segunda desapareció de pronto y ocupó su lugar una tercera. Los seguía a cien metros de distancia. El paisaje solo eran planicies y montañas.
Por veredas y caminos sinuosos ascendieron hasta llegar a una superficie de tierra plana con un techo de troncos, habían llegado al refugio del "Mayo".
Ismael Zambada recibió al periodista con la mano dispuesta al saludo y con unas palabras de bienvenida:
–"Tenía mucho interés en conocerlo", dijo el "Mayo"
–"Muchas gracias", respondió Julio Scherer.
A corta distancia del narcotraficante, guardaespaldas iban y venían, a veces los ojos en su jefe y a ratos en el panorama inmenso que se extendía a su alrededor. Todos cargaban pistola y armas largas.
–"Lo esperaba para comer juntos", le dijo Zambada.
Al instante fueron servidos vasos con jugo y leche, carne, frijoles, tostadas, quesos y café azucarado.
–"Traigo conmigo una grabadora electrónica con juego para muchas horas", dijo el periodista.
–"Platiquemos primero", comento "El Mayo".
Julio Scherer preguntó al capo por su hijo "El Vicentillo".
–Es mi hijo, el primero de cinco. Le digo “Mijo”. También es mi compadre. Tengo a mi esposa, cinco mujeres, quince nietos y un bisnieto. Ellas, las seis, están aquí, en los ranchos, hijas del monte, como yo. El monte es mi casa, mi familia, mi protección, mi tierra, el agua que bebo. La tierra siempre es buena, el cielo no", comento Zambada.
–"No le entiendo", dijo el periodista.
–"A veces el cielo niega la lluvia", afirmó "El Mayo".
Hubo un silencio y Julio Scherer aprovecho para cuestionar:
–¿Y Vicente?
–Por ahora no quiero hablar de él. No sé si está en Chicago o Nueva York. Sé que estuvo en Matamoros", indico "El Mayo Zambada"
–A propósito de su hijo, ¿vive usted su extradición con remordimientos que lo destrocen en su amor de padre?, pregunto Julio Scherer.
–Hoy no voy a hablar de “Mijo”. Lo lloro. contesto Ismael Zambada.
–¿Grabamos? –Tengo muchas preguntas–, pregunto el periodista.
–Otro día. Tiene mi palabra. contesto "El Mayo".
El "Mayo Zambada" sobrepasaba el 1.80 de estatura y poseía un cuerpo fortalecido, una barriga apenas pronunciada. Vestía playera y pantalones de mezclilla azul que mantenían la línea recta bien planchada. Se cubría con una gorra y llevaba el bigote recortado.
–"He leído sus libros y usted no miente, todos mienten, hasta Proceso. Su revista es la primera, informa más que todos, pero también miente", afirmo el narcotraficante.
–"Señáleme un caso", cuestiono el periodista.
–"Reseñó un matrimonio que no existió", dijo el capo.
–"¿El del Chapo Guzmán?", cuestionó Julio Scherer.
–"Dio hasta pormenores de la boda", comento "El Mayo".
–"Sandra Ávila cuenta de una fiesta a la que ella asistió y en la que estuvo presente "El Chapo", contesto el periodista.
–"Supe de la fiesta, pero fue una excepción en la vida del "Chapo". Si él se exhibiera o yo lo hiciera, ya nos habrían agarrado", contestó "El Mayo".
–"¿Algunas veces ha sentido cerca al ejército?", pregunto Julio Scherer.
–"Cuatro veces. "El Chapo" más", contestó el capo.
–¿Qué tan cerca?, cuestionó el periodista.
–"Arriba, sobre mi cabeza. Huí por el monte, del que conozco los ramajes, los arroyos, las piedras, todo. A mí me agarran si me estoy quieto o me descuido, como al "Chapo". Para que hoy pudiéramos reunirnos, vine de lejos. Y en cuanto terminemos, me voy", contestó el narcotraficante.
–"¿Teme que lo agarren?", preguntó el periodista.
–"Tengo pánico de que me encierren", contesto Zambada.
–"Si lo agarraran, ¿terminaría con su vida?", cuestionó Julio Scherer.
–"No sé si tuviera los arrestos para matarme. Quiero pensar que sí, que me mataría", respondió el capo.
–"¿Hay en usted espacio para la tranquilidad?", preguntó el periodista.
–"Cargo miedo", contesto "El Mayo"
–"¿Todo el tiempo?", cuestionó Julio Scherer.
–"Todo", afirmó el capo.
–"¿Lo atraparán, finalmente?", pregunto el periodista.
–"En cualquier momento o nunca, hasta hoy no ha aparecido por ahí un traidor", respondió Ismael Zambada.
Zambada en ese momento tenia sesenta años, se inició en el narco a los dieciséis. Habían transcurrido cuarenta y cuatro años que le daban una gran ventaja sobre sus persecutores. Sabía esconderse, huir y se tiene por muy querido entre los hombres y las mujeres donde medio vive y medio muere a salto de mata.
–"¿Cómo se inició en el narco?" pregunta el periodista.
–"Nomás", contesta el capo.
–"¿Nomás?", reitera el periodista.
–"¿Nomás?", vuelve a preguntar Julio Scherer.
Vuelve a responder "El Mayo"
–"Nomás".
Ismael Zambada no objeta la persecución que el gobierno emprende para capturarlo. Está en su derecho y es su deber. Sin embargo, rechaza las acciones bárbaras del Ejército.
Los soldados, dice, rompen puertas y ventanas, penetran en la intimidad de las casas, siembran y esparcen el terror. En la guerra desatada encuentran inmediata respuesta a sus acometidas. El resultado es el número de víctimas que crece incesante. Los capos están en la mira, aunque ya no son las figuras únicas de otros tiempos.
–"¿Qué son entonces?", pregunta el periodista.
Responde Zambada con un ejemplo fantasioso:
–"Un día decido entregarme al gobierno para que me fusile. Mi caso debe ser ejemplar, un escarmiento para todos. Me fusilan y estalla la euforia. Pero al cabo de los días vamos sabiendo que nada cambió".
–"¿Nada, caído el capo?", cuestiona Julio Scherer.
–"El problema del narco envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí", contesta el capo.
A juicio de Zambada, el gobierno llegó tarde a esta lucha y no hay quien pueda resolver en días problemas generados por años. Infiltrado el gobierno desde abajo, el tiempo hizo su “trabajo” en el corazón del sistema y la corrupción se arraigó en el país. Al presidente, además, lo engañan sus colaboradores. Son embusteros y le informan de avances, que no se dan, en esta guerra perdida.
–"¿Por qué perdida?", pregunta el periodista.
–"El narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción", responde "El Mayo".
–"Y usted, ¿qué hace ahora?", pregunta Julio Scherer.
–"Yo me dedico a la agricultura y a la ganadería, pero si puedo hacer un negocio en los Estados Unidos, lo hago", contesta el narcotraficante.
–"¿Sabía usted que Forbes incluye al "Chapo" entre los grandes millonarios del mundo?" pregunta el periodista.
–"Son tonterías", responde el capo.
–"¿Podría usted figurar en la lista de la revista?", cuestiona Julio Scherer.
–"Ya le dije. Son tonterías", contesta "El Mayo".
–"Es conocida su amistad con el "Chapo Guzmán" y no podría llamar la atención que usted lo esperara fuera de la cárcel de Puente Grande el día de la evasión. ¿Podría contarme de qué manera vivió esa historia?", preguntó el periodista.
–"El Chapo Guzmán" y yo somos amigos, compadres y nos hablamos por teléfono con frecuencia. Pero esa historia no existió. Es una mentira más que me cuelgan. Como la invención de que yo planeaba un atentado contra el presidente de la República. No se me ocurriría", contestó Zambada.
–"Zulema Hernández, mujer del Chapo, me habló de la corrupción que imperaba en Puente Grande y de qué manera esa corrupción facilitó la fuga de su amante. ¿Tiene usted noticia acerca de los acontecimientos de ese día y cómo se fueron desarrollando?", preguntó Julio Scherer.
–"Yo sé que no hubo sangre, un solo muerto. Lo demás, lo desconozco", contestó "El Mayo".
–"¿Usted se interesa por el Chapo?", pregunto el capo.
–"Sí, claro", respondió el periodista.
–"¿Querría verlo?", cuestionó Zambada.
"Yo lo vine a ver a usted", respondió Julio Scherer.
–"¿Le gustaría…?" insiste "El Mayo".
–"Por supuesto", contesta el periodista.
–"Voy a llamarlo y a lo mejor lo ve", responde el capo.
La conversación llega a su fin. Ismael Zambada, se pone de pie, camina bajo la plenitud del sol y sorprende al periodista con una pregunta:
–¿Nos tomamos una foto?
Julio Scherer siente un calor interno, absolutamente explicable. La foto probaría la veracidad del encuentro con el narcotraficante.
"El Mayo" llama a uno de sus sicarios y le pide un sombrero.
–¿Cómo ve? pregunta el capo.
–"El sombrero es tan llamativo que le resta personalidad", contesta Julio Scherer.
–"¿Entonces con la gorra?", pregunta "El Mayo"
–"Me parece", responde el periodista.
El sicario apuntó con la cámara y disparó.